sábado, 18 de julio de 2009

¿PORQUÉ GRITAR AL NIÑO?

GRITAR Y SUS CONSECUENCIAS
Por: Óscar A. Campuzano G.

Siempre que se habla de maltrato infantil la imagen que viene a nuestras cabezas es la de un padre o madre golpeando a su hijo, sin embargo hay otro tipo de maltrato que no deja huella física pero sí psicológica, el llamado maltrato psicológico.
Un reciente estudio llevado a cabo por científicos muestra que no hace falta pegar a un menor para dejar señales de por vida en su personalidad, sino que basta con gritarle.
Los científicos revelaron que no esperaban los resultados obtenidos. Según comentó la directora del estudio: “Esperábamos que la exposición a la violencia física dejara cicatrices perdurables, pero no creíamos que nos íbamos a encontrar con que la exposición a gritos e insultos entre miembros de una familia tuviera efectos en la vida adulta”.Según comentaron las consecuencias incluyen problemas de salud mental, concretamente depresión y abuso de alcohol y sustancias. Son personas más descontentas con sus vidas y sufren incluso una mayor tasa de desempleo.
Analizaron cómo este tipo de agresiones influían en la vida de las personas al llegar a la edad adulta (30 años) y valoraron la salud mental, el estado psicológico, el puesto laboral, la salud física y la historia familiar.
De los sujetos estudiados un 75% reconoció que había vivido conflictos verbales y un 62% afirmó haber sufrido violencia física (que no es poco en ninguno de los dos casos).
Los resultados dicen que las personas que vivieron bajo insultos tienen un riesgo tres veces mayor de padecer un trastorno psiquiátrico a los 30 años que los que vivieron en familias estables.
Si la agresión es física el riesgo de problemas a nivel psicológico y de insatisfacción laboral y personal es mucho mayor.

“Es necesario crear programas preventivos precoces para los niños y niñas, así como fomentar la buena comunicación entre padres e hijos”.
Siendo sincero, creo que no era necesario un estudio para concluir que los gritos forman parte de un modo de expresión violento que puede resultar intimidante y que puede afectar a la personalidad de los niños.Personalmente añadiría otros factores a los gritos que seguro que también hacen mella (quizás incluso más) en la personalidad de los niños, pues no hace falta, de hecho, gritar para menospreciar a una persona. Ignorarla (no hacer caso a las peticiones, a los llantos, a las llamadas,…), hacerla sentir inferior, reírse de ella, etc. forman parte del amplio abanico de recursos que utilizan muchos padres para “educar” a sus hijos.
No quiero acusar a nadie. El que esté libre que tire la primera piedra. También yo he gritado a mi hija en algún momento y seguro que la mayoría de padres lo hacen.
Es normal, forma parte de la herencia educativa que nos llegó de nuestros padres y de nuestros profesores. Cuesta demasiado desprenderse de lo aprendido desde la infancia.
Repito, es habitual gritar a los niños, pero eso no quiere decir que esté bien, debemos aprender a no hacerlo (y contar hasta diez) pues merecen ser tratados como las personas que son. Un “siento haberte gritado”, muestra que papá y mamá también somos humanos.
Cuando gritar es peor que pegar

Los padres les levantan la voz a sus hijos mucho más de lo que les levantan la mano. Pero algunas palabras pueden tener un impacto tan perjudicial como lo tienen los golpes.
Una madre como las que se ven por las zonas de juegos de los centros comerciales los fines de semana, a gatas persiguiendo a sus hijos, es una víctima fácil de los gritos como herramienta de crianza.

El padre camina unos pasos atrás y en vista de la actitud de la criaturita (que ignora olímpicamente a su madre), le llama la atención con voz recia. Se les ve en la cara y en sus gestos (a los padres), que están al borde del grito. Probablemente estén cansados de tener que decir todo 5 veces, por eso a la sexta, la voz sube de tono, y si no fuera porque no están en casa, el grito sería de narrador de fútbol.

Claro, y eso tiene sus consecuencias. Los hijos se acostumbran a este método y se pasan por la faja los primeros llamados y solo reaccionan cuando saben que lo que sigue es un grito.
Esta familia ficticia no es para nada fuera de lo ordinario. Al contrario, así pasa en muchas casas; es lo que muchas madres y padres hacen todos los días.
Nueva generación?
Hoy hay una generación completa de padres que creció en la era de los castigos físicos y que por lo mismo juró que nunca le pegaría a sus hijos. El problema es que el esquema de ira y frustración que sustentaba el viejo modelo de los correazos y los coscorrones no despareció mágicamente solo porque una generación de padres bien intencionados así lo quiere. Ahora la ira no lleva a los golpes como antaño, pero a menudo lleva a los gritos. Y ese simple hecho de levantar la voz, dependiendo de qué se dice y qué tan a menudo se dice, puede tener el potencial de causar daño a largo plazo.
De acuerdo con un estudio, el 74% de los padres encuestados reportó gritarle a sus hijos, y no una o dos veces. La mayoría dijo que lo había hecho más de 275 veces durante el último año. Estos números pueden ser más altos porque el estudio requería que fueran los mismos padres los que denunciaran su comportamiento, un comportamiento del que probablemente no se enorgullecen o que ocurre tan a menudo que lo olvidan o lo dan por corriente o normal o aceptable.
Para no irse por las ramas, los gritos son parte de la vida ordinaria de muchos hogares. Llamar de un grito a un niño que juega en un parque o que está en el lado opuesto de la casa, quizás no le haga ningún daño duradero.

Gritarle a un niño que está a punto de hacer algo peligroso puede asustarle, pero no se hace para dañarlo, sino para protegerlo. Y si una familia es por costumbre bullosa y sociable, los gritos serán la norma.
Pero cuando una madre o un padre están cara a cara frente a su hijo gritándole con evidente ira o frustración, los expertos en crecimiento y desarrollo se preocupan por el impacto que semejante evento de agresión sicológica pueda tener. En esos momentos algunos padres pierden el control y aunque puede que no golpeen físicamente, las palabras que le dicen a un niño, especialmente si esas palabras incluyen insultos y amenazas, pueden causar un daño duradero.

Sí y no del grito
Cualquier padre sabe la frustración que se siente, y el deseo de gritar, cuando se ha pedido por enésima vez que arreglen el cuarto, o que boten la basura, o que no rayen las paredes, sobre todo cuando nada de esto se cumple.
Pero de aquí se deriva una pregunta interesante: En circunstancias parecidas, ¿Se le grita a un compañero de oficina?, ¿Al empacador del supermercado que puso el pan tajado en la misma bolsa con la lata de verduras?, ¿Al jefe?... Probablemente no, entonces, ¿Por qué hay quienes piensan que está bien gritarle a los niños?
Parte de la respuesta está en que hay normas culturales implícitas que hacen ver como aceptable gritarle a los niños y al mismo tiempo lo impiden con los compañeros en el trabajo.
Cambiar la cultura en este aspecto en particular significa reconocer que gritarle a los niños es tan equivocado como gritarle a los compañeros de la oficina. Si ese mensaje le llega a la gente, con seguridad buscarán alternativas en casa porque habrán entendido que gritarle a los niños es incorrecto.
Algunos padres usan el método de los hijos para manejar los gritos, por eso si alguien les grita, pues le ignoran, simplemente no escuchan; y los hijos adolescentes les gritan a sus padres, o por lo menos les refunfuñan (y los padres los ignoran). Por eso los adultos (los padres) deben mantener el control aún cuando están molestos.
Muchos padres están de acuerdo con estos puntos de vista y aceptan que no se les debe gritar a los hijos para corregirles o controlar comportamientos indeseados, pero son muchos también los que dicen que está bien un grito de advertencia cuando un niño va a hacer algo potencialmente peligroso. Se trata de levantar la voz para llamar la atención, no para agredir o insultar. El lenguaje degradante no se debe usar con los niños.
Esa es la clave, el contexto en el que se dicen las cosas. Decirle a un niño que no vale nada, que es inservible, es diferente que llamarle la atención con voz recia para que recoja la ropa sucia. El daño se hace cuando se ataca el yo interno de un niño o su autoestima con expresiones como “ya no te quiero” u “ojalá no te hubiera tenido”.
Ineficacia educativa de gritos e insultos¿Podremos distinguir claramente entre conductas que ofenden y hieren a los demás y conductas que no hieren?Entre las conductas que hieren psicológicamente a los demás están los gritos desaforados y descontrolados y los insultos. Su carga de agresividad se detecta fácilmente porque el fin es causar daño, dolor o desprecio de uno mismo en el otro.
Expertos en el tema afirman que los humanos somos esencialmente distintos de los seres no humanos en lo que se refiere a la agresión, ya que el aprendizaje juega un papel muy importante en nuestra conducta agresiva.
La visión de objetos que van asociados con la violencia (cuchillos, pistolas) incrementan dicha conducta, y no menos la visión de un rostro desencajado lleno de furia y de odio, así como los gritos desaforados y los insultos repetidos machaconamente por quien ha perdido el control de sí mismo.
El precio del grito
Todo castigo que incremente la frustración y el desprecio de uno mismo resulta ineficaz, pero más ineficaz resulta todavía convencerse de que la persona que castiga, grita o insulta lo único que pretende es satisfacer el odio que siente por nosotros haciéndonos mal de manera directa o indirecta, es decir, consiguiendo que nos sintamos seres despreciables.
Para la mayoría de los niños y adolescentes, una mirada furiosa, cargada de odio y de desprecio, así como las expresiones humillantes manifestadas en voz alta o a gritos son el castigo más severo que se le puede aplicar. Su sistema nervioso queda tan impresionado y sobrecogido por la carga emotiva de esas expresiones insultantes y por la imagen descontrolada y retorcida del rostro que acentúa y recalca dichas expresiones gritadas más que pronunciadas, que se sienten incapaces de pensar en ser mejores o en corregirse.
Puede producirse la sumisión y el sometimiento instantáneo o reacciones violentas del mismo signo y virulencia que las que está empleando la persona que grita e insulta de manera incontrolada y repetitiva. En estos casos las consecuencias psicológicas casi siempre son nefastas y dramáticas para el que al final pierde, que siempre es el niño o adolescente rebelado, que no supo callarse y someterse aguantando gritos, improperios e insultos de todo tipo.

A partir de ese momento es doblemente tachado de indeseable, insumiso e irrespetuoso por quien grita e insulta. Por una parte tiene el sentimiento de culpa por haberse rebelado contra el padre o la madre, y por otra se siente desgraciado rumiando sin cesar las expresiones de odio que a voz en grito le han repetido hasta la saciedad sus padres.
Vemos que, en cualquier caso, tanto si los gritos e insultos producen en el sujeto ofendido sumisión como si producen una reacción agresiva (calcada de la persona que humilla y ofende), lo que difícilmente producirán es la interiorización, es decir, la reflexión serena y convencida que le lleve a corregir su modo de proceder por convicción, que al fin y al cabo es el objetivo que se ha de lograr en la modificación de toda conducta negativa.
Conductas inadecuadas
Hay varias «señales de alarma» que indican que nuestras actitudes no son las adecuadas:
1. Pérdida de la naturalidad expresiva, la confianza y la comunicabilidad, de manera demasiado brusca.2. Disminución del sentido del humor y de las expresiones desenfadadas y aumento rápido de la irritabilidad y, al mismo tiempo, regresión a la pasividad y abandono de responsabilidades.3. Ausencia del respeto a los hijos, al tiempo que ellos nos imitan, elevando demasiado la voz y respetándonos poco o nada.4. Transmisión al hijo de inseguridad y baja estima de sí mismo, que admite que es una calamidad como estudiante, como persona, etc.
Alternativas válidas
Acabamos de ver que la excesiva severidad, los comportamientos agresivos, las humillaciones, los insultos y el hacer que el niño se sienta como un ser despreciable, no son una manera eficaz, inteligente y humanitaria de modificar las conductas.

Ya hemos dicho en otro lugar, que la buena conducta es algo que debe aprenderse, que no se adquiere de modo natural y que los niños aprenden a comportarse observando el ejemplo que reciben de sus padres, hermanos, parientes, vecinos, amigos y profesores.

También recordamos que la palabra «disciplina» significa aprendizaje y que mediante la buena disciplina es como debe enseñarse a los niños a comportarse de manera adecuada.
En cuanto a las características de una buena disciplina para que sea eficaz, es decir, para que eduque y haga posible la interiorización o reflexión serena y voluntaria sobre la propia conducta que hay que corregir, la mayoría de los autores señalan las siguientes:
Inmediata, coherente, segura, de fácil aplicación, adecuada a la edad del niño, justa, positiva (ofrece ayuda y alternativa), no debe ser humillante ni conducir a la infravaloración o el autodesprecio, firme pero cargada de amor y comprensión, que no produzca distanciamiento en las relaciones de los padres con los hijos.
En la práctica reprender no es discutir y se ha de hacer siempre en privado. El acto de reprensión no debe ser interrumpido, una vez iniciado, hasta haber completado todo el proceso de corrección.Hay que procurar estar físicamente muy cerca del niño o del adolescente y expresar lo que se siente ante su mala conducta, con verdadero enfado, pero sin gritar. Se ha de reprender la conducta, pero no al niño. De manera muy clara hay que expresar lo enfadado que se está, pero sin gestos de odio, sin ira incontrolada y sin despreciar ni humillar. Esta reprensión y enfado deben ser bastante intensos, pero de corta duración. En ningún caso se ha de perseguir todo el día al niño o adolescente machacándolo por su conducta... por eso fuera la cantaleta!
Una vez finalizada la reprensión se abraza al niño y, con rostro sonriente, se le anima a corregir su proceder en adelante. Se le invita a manifestar cómo se siente y a establecer un breve diálogo sobre lo ocurrido y lo que piensa hacer en el futuro para comportarse mejor.
¿Será muy difícil? o harás la aseveración de siempre...
¡Si fuera así de fácil!

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